martes, 29 de diciembre de 2009

25 de Diciembre, 2009.

Hubo un tiempo lejano en que un 25 de Diciembre se decidió realizar un viaje, para el cual hubo que cruzar montañas, valles, calles, plazas, mares, ríos, dedos, brazos... tantas cosas cruzadas... tantas palabras cruzadas... tantas cruzadas medieovales... que merece la pena escribir algo al respecto, o nombrar tantos cruzamientos por lo menos.

Es así que una mañana, de esas bien frías, en que la niebla parece humo o polvadera, un par de personas se encontraron en el umbral de una antigua casa de esas que parecen viejas, se envolvieron en sus capotes, y corrieron presurosos alejándose del umbral de aquella vieja puerta. Mirando hacia ambos lados, cual si alguien pudiera estar espiándolos, o tal vez siguiendolos...
Tratando de caminar rápidamente, pero sin dejar rastros, huyeron hacia el lado correspondiente y se perdieron entre la niebla.
El jadeo y los resoplidos de los caballos imaginarios que los llevaban eran los únicos vestigios de que en dicho lugar había algo de vida.
La marcha se hacía dura por momentos. Hubo que cruzar calles llenas de veredas y cordones, y alcantarillas, y carteles y mamíferos.. digo semáforos con sus luces titilantes o después... El piso a sus pies parecía perder la horizontalidad de a ratos, sólo para indicarnos que comenzaba aquella penosa ascensión por dicho estrepitoso y tortuoso coso... pero en aquellos momentos nada parecía importar lo que indica esto que estoy escribiendo... (no perder la suntuosidad relativa y misteriosa del suspenso establecido entre estas líneas y las de antes de ayer)...

Todo parecía indicar que lo que estábamos subiendo era una cuesta... escabrosa y tenebrosa la osa mayor. La menor estaba hibernando aquella mañana olorosa... digo mmm...osa. Siglos antes, aquella empinada cuesta de ascenso por Wimbledon no era más que una colina de un valle florido y perfumado. Heidi habría envidiado aquella colina... siglos antes... jeje... pero hoy todo cambió: no hay azafatas porque no estamos en un avión. La tecnología rebosa por doquier como en el mundo del nunca jamás, pero ... no nos desviemos del camino...

Por si no lo adivinaron, escondidos debajo de las capas, encapuchados para no ser descubiertos, nuestros dos amigos, Spencer y Macanuda, se hallaban en una situación que muchos habrían considerado arriesgada y peligrosa; pero para nuestros héroes, eso es cosa de todos los días.

Bueno... la cosa es que subieron la cuesta a cuestas, y aquí termina la primera parte de l introducción del capitulo catorce de esta aventura tambaleante del misterio y ficción que se trama en esta urdimbre... la calle de la cuesta hoy se llama Wimbledon Hill Road y es más o menos así...



La parte de arriba de Wimbledon es muy prolijita y da ganas de estar, un placer. Es como tomarse un buen capuccino un día de frío.

Recorrimos un poco por Church Rd., en donde pudimos ver una galería de arte típica de ese lugar (David Curzon Gallery), una American Dry Cleaning Company, un Pub, una inmobiliaria, etc., etc...

Seguimos por High Rd. y doblamos por Southside Common, hasta llegar a un Parque en estado natural, es decir, sin parquizar. Es como una graaaaan plaza, sólo con árboles al costado, cerca de las veredas y al medio pasto a medio crecer y un lago. El pasto es como el de una plaza descuidada de cualquier pueblito, en donde se juntan los chicos a jugar un partidito de fútbol. El lago estaba prácticamente todo congelado. Había un par de adolescentes con botas metidos en sus orillas, rompiendo el hielo y pateándolo, de manera que quedaba encima del hielo que había más hacia el medio. Y sino, tomaban porciones de hielo y las tiraban, como haciendo “patito” hacia los patos que había caminando en el centro del lago. Un programa muy divertido para estas adolescentes.
Más allá, un padre jugando con su hijito, o mejor dicho, con el juguete del hijito. El hijito mirando como el padre elevaba el helicóptero a control remoto. Seguro que estaría aprendiendo a usar el control para enseñarle a su hijo... cuak!.

Cruzamos el parque por el centro y nos dirigimos hacia un lugar que recomiendo si visitan Wimbledon: Cannizaro House. Es una antigua mansión hoy reciclada en un estilo más moderno. Ingresamos por la puerta central hacia un salón que está preparado como para tomar el “five o’clock english tea”. Lo atravesamos y salimos hacia donde queríamos, el parque de Cannizaro. Un parque enooooooooooorme y lindísimo. Aprovechamos los últimos momentos de luz como para tomar unas placas (sacar unas fotos), ya que, siendo las 4 de la tarde del invierno inglés, se estaba poniendo el sol. Igualmente pudimos recorrer las colinas con sus jardines y los distintos senderos; algunos serpentean por adentro del bosque en donde se puede ver cruzar a los pequeños zorros (al ver a un fox me acordé de Sabri. Salu2 amiga!!!!).


Como ya era muy tarde para la luz diurna, aunque no lo fuera tanto en nuestros relojes, decidimos entrar en la casa de los Cannizaro. Además de estar preparada como para que la gente tome o coma algo, en las distintas habitaciones y pisos se encontraba expuesta la obra de muchos artistas, así que disfrutamos el recorrido ampliamente.


Así termina lo digno de comentar de este día.
Les envío un abrazo de paz, queridos lectores!

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