jueves, 3 de diciembre de 2009

1 de Diciembre, 2009

Nos despertamos tipo 6.30am y salimos con los bolsos como para ese típico lugar en donde se toman unas máquinas con alas que se desplazan por los aires. Tuvimos que caminar un toque y en una avenida principal “cogimos” un “carro” = tomamos un taxi, y nos fuímos pa’l aeropuerto. Ahí hicimos el check in y despachamos los bolsos. De ahí fuimos a pagar el impuesto al viaje y después pasamos por un starbucks como para gastar los últimos solcitos que nos quedaban. Fue la excusa como para sentarnos y poder mandar algunos mails, ya que me había fijado el día anterior que había WiFi cuando pasamos por ahí enfrente.



La excusa estuvo muuuy rica, ya que nos alcanzó como para comer un par de sandwichitos de jamon y queso y unas copas con fruta, helado y esas cosas... ampliamente recomendable tener de esas excusas de vez en cuando.




En la imagen se puede ver a Spencer y a Louis en el momento del excusado.

De ahí nos fuímos como para pasar el tema de la aduana. Estaban muy formales en su revisión, ya que me hicieron sacar un gel para afeitar y una pasta de dientes y me hicieron ponerlas dentro de una bolsita con cierre ziplock que nos costó algunos dolares (auch!, no empujen). Pero pudimos pasar. En un momento pensé que nos podían llevar detenidos por portación de rostro... pero zafamos.

Dentro de lo que sería la “zona franca” o “zona de los ballenatos australes” pudimos ver, a través de unos amplios ventanales, hacia la costa. Un espectáculo digno, no digamos digno de qué. Recorrimos un poco los free shops como para comparar precios con respecto a otros free shops en el futuro. Por ej: U$S 33 aprox. una botella de Johnny Walker etiqueta negra; o U$S 17 una botella de Absolut...
Continuamos caminando hacia la puerta que nos tocaba para salir del aeropuerto hacia el avión en sí y ahí vimos algo que casi nos tira de espaldas... fue amor a segunda vista... un saloncito en donde está el sueño de toda espalda: “Salón de masajes”. Fue irresistible, no pudimos decir que no (y más cuando el médico me recomendó eso y nunca me había echo el tiempo como para eso. Ahí estábamos los dos antropófagos cual corderos en tiempo de amanse, y le hicimos el favor a nuestra billetera de no ir tan cargada la pobre...
Estabamos en tal paraíso cuando se escucha por los parlantes “Vuelo Taca número 138 con destino a Cali, con interferencia en Guayaquil, última llamada... maiday... achalay!!!”; y fue todo en uno, salir corriendo, por no decir volando hacia las compuertas. Subir al avión ya fué más fácil, seguir la manga, sentirnos vacas y sentarnos en el asiento correspondiente, suerte que fueron 19C y 19A, porque si no, no sé que hubiera sucedido (confróntese con la película “el efecto mariposa”).

El vuelo estuvo de 10. Ya casi llegando pudimos ver todo desde arriba, por momentos haciendo un zoom, segun los pozos de aire del avion. La pasajera que iba al lado nuestro casi se deja las uñas en el asiento de adelante. Pero salvo eso, todo bien.
Desembarcamos y al salir nos encontramos con Carlos, Josefina “pepina” (los padres de Louis) y José Luis (el ñaño = hermano). Fué muy emocionante, ya que Louis no los veía hacia tres años. Asomaron las lágrimas y fue un momento muy emotivo.

Fuimos a la casa, previo un recorrido por el lado del Malecón (vendría a ser algo así como la costanera, pero nada que ver), que va bordeando la costa del río. Antiguamente era un lugar desde donde se defendía a la ciudad de Guayaquil de los piratas. Pocos años antes de la actualidad era un lugar muy peligroso, pero una parte fue restaurada por el gobierno, y se hizo un paseo/barrio muy artístico (al estilo de La Boca en Buenos Aires), con las fachadas de los edificios de colores; con muchos atelieres de artistas y bares como para hacer dulce. También se pueden ir subiendo unas escalinatas hacia la parte vieja, que tiene un faro y los cañones antiguos, pero eso lo cuento más adelante. Pasamos por ahí en auto, estacionamos un ratito y caminamos hacia una parte en donde se restauraron unos silos viejos y se hicieron casas. Ahora se volvió una zona top, al mejor estilo Puerto Madero.

Pegamos la vuelta y nos fuimos a la casa, ahora sí. Allí almorzamos encebollado, con dos clases de pescado y camarón, ordenamos un poquito el tema del equipaje, tomamos unos mates (Jose Luis había traído yerba de argentina hacia bastante tiempo, pero no la habían probado, así que nos cebamos unos buenos verdes). También me hicieron probar el mango de exportación. Sabroso, un manjar es la palabra. Dulzón... riquísimo.

Salimos nuevamente. Primero fuimos para el lado de la Catedral. En frente hay una plaza que al centro tiene una estatua de Simón Bolivar con unos escritos en latín. En esta plaza hay muchas iguanas; tortugas al por mayor, ya que hay un criadero... parecen rocas de la cantidad que hay. Dimos unas vueltas por ahí y nos fuimos para el lado de la zona vieja y del faro, pero esta vez subiendo las escalinatas. En dicha zona también hay una dotación de bomberos, que son vistos como héroes por los ciudadanos, ya que Guayaquil se incendió como cuatro veces completamente en distintas épocas de la historia, y hubo que reconstruirla. Subimos las escaleras con algún alto en el camino (v.gr.: para tomar unos helados de naranjilla, o de mora, o de banana... etc.). El que nos vendía los helados era un chico que se había venido de Colombia hacía dos meses, pero ya estaba extrañando mucho, así que pensaba en volverse. La zona es como una “zona franca”. Desde las gradas y a muy pocos metros podemos ver puertas que van hacia pasajes oscuros, que sería como la entrada hacia una favela o villa muy peligrosa en donde no se asoma ni el dedo chiquito del pie chueco. Continuamos subiendo las gradas o peldaños hasta la número 450 y pico (aprox.), en donde se puede ver una capillita y el faro en sí. Entramos a ambos dos. Desde el faro se veía toda la ciudad, el río con sus dos afluentes... Durán (que es como otra ciudad Spencerando el puente. Un puente que une Guayaquil -que es casi como una isla- al resto del continente. Si no fuera continente sería incontinente y eso sí que sería un problema tamaño baño. Muy, pero muy pintoresco.

Comenzamos a bajar por otra lado, hacia donde está el malecón, en donde están todas las galerías de arte; incluso pudimos entrar en una, en donde se podían ver cuadros en colores bien vivos y en estilos bien diferentes. Montamos al carro nuevamente y nos fuimos de visita hacia la casa de la abuela de Louis, en donde pasamos un rato muy agradable.
Luego nos fuímos a comer unos yogures con pan de yuca (que es muy similar al chipá, aunque un poco más grande, menos salado y más húmedo). Muy sabroso.

Después de disfrutar eso, nos fuimos pegando la vuelta. Los ojos ya se me cerraban del cansancio. Y llegó el momento ansiado del descanso luego de aventuras tan diferentes y tan ricas en novedad.

Eso es todo amigos...

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